El desdoblamiento - Carlos E. Luján Andrade


EL DESDOBLAMIENTO

     Junto a la pileta del parque central, Vanessa esperaba sentada sobre un banco a Ernesto, ya eran 10 pasadas las seis y se encontraba retrasado, ella se tocaba las piernas mientras las balanceaba de un lado para otro con ansiedad, volteaba su cabeza en direcciones opuestas una y otra vez, extraía de su bolso el teléfono celular cada cierto tiempo para contar los minutos atrasados mientras observaba las hojas de un ciprés cercano que se meneaban por el viento vespertino. Durante la espera, fijó su mirada en unos árboles e imaginó columnas interminables de altos troncos cubriendo con sus sombras frondosas la hierba del suelo, es así que al contemplar sus espacios imaginados perdía la noción del espacio y el tiempo. Vanessa exploraba cada trazo dejado por ese paisaje ficticio, el suelo alfombrado por hojas muertas y ramas quebradizas, siguiendo con su andar la caravana de hormigas que constantes andaban a resguardarse en su madriguera. Lejos en el parque, escuchó una voz delicada que susurraba un canto, caminó sigilosamente evitando el ruido al pisar la sonora y quebradiza superficie, asegurándose de que ese era el camino correcto hacia el sonido intruso.
Mientras examinaba el terreno, se sobresaltó al escuchar a Ernesto llamarla a gritos; ella giró la cabeza intentando distinguirlo por la zona iluminada, cerca de la pileta; al instante recordó el sonido y regresó la mirada hacia adelante, pero el canto ya había cesado. Introdujo la mano en su cartera, y sin retirar del todo su teléfono vio nuevamente la hora, «te has demorado 15 minutos, casi me voy, si no fuera porque escuché algo extraño en el parque, me iba»; Ernesto se disculpó y le mencionó que pudo conseguir las entradas, pues la razón del encuentro era para entregarle unos pases para un concierto de rock que el muchacho había comprado a pesar de haberse agotado semanas atrás, es así que Ernesto se comprometió a conseguirlas con un amigo revendedor a precio cómodo.
      Vanessa tomó las entradas y le preguntó si no eran falsas, «de ninguna manera, son originales, si ves en este lado, a esto se le llama holograma, si cambia de color, es original», le dijo el muchacho, «sí sé, sí sé, crees que he nacido ayer, claro que conozco esos detalles, te lo digo porque eres medio lentito», y se rio. Ernesto no lo sospechaba, pero desde hacía varios meses Vanessa había intentado acercarse a él de alguna forma, ella era agraciada, sin embargo su timidez le había impedido ser directa con los jóvenes de su edad, y en el caso de Ernesto, se había valido de alguna artimaña para acercarse a él. Para ella él era un individuo bien intencionado al que conoció en una clase del instituto, fue en una asignación académica que decidieron hacer juntos lo que los unió y entre cada reunión de estudio se generó una buena amistad. El grupo al que escucharían no era de su agrado en absoluto, pero como todos hablaban de él, ella decidió ir, de esa manera compartiría un tiempo más con Ernesto.
     —Y ahora, ¿qué hacemos? —le dijo Vanessa—. ¿Me quieres ayudar a buscar de dónde proviene el sonido que escuché hace rato y que por tu culpa lo perdí? —Él apenado decidió acompañarla.
     —¿Cómo era el sonido?, ¿un grito?
     —No, no, era como un canto, pero no parecía ser de pájaro, sino de una persona.
      —¿Un enano?, no me digas que crees en duendes —preguntó carcajeándose.
     Por varios minutos recorrieron el parque mientras la oscuridad ganaba terreno. Al no hallar ningún indicio ni oír la repetición de aquel sonido Ernesto empezó a incomodarse, Vanessa estaba muy concentrada en su búsqueda y guardaba silencio durante todo el tiempo.
      —Es mejor que nos vayamos, ya es tarde y las piernas me matan —rogó Ernesto, y sobándose los brazos se acercó a Vanessa y la cogió repentinamente del brazo; ella saltó y empezó a gritar; él la soltó y quedó estático del susto viendo como ella corría hacia los árboles hasta perderse.
     Ernesto intentó seguirla mientras la llamaba: «Vanessa, Vanessa… ¿Y ahora?, ¿adónde se ha metido esta chica?, ya se hace tarde, creo que llamaré al vigilante para que me ayude a buscarla», regresó por el mismo camino, aunque ya no le resultaba familiares los árboles con los que ahora se cruzaba, no obstante siguió caminando hasta ir hacia la potente luz con la que era iluminada la pileta del parque central. El lugar lucía extraño, aparentemente el parque se hallaba vacío, en la caseta del vigilante no había nadie, llamó por su teléfono celular a Vanessa, pero no respondía, eso lo preocupó, sus manos sudaban y la ansiedad hacía palpitar su corazón aprisa. Nuevamente se internó entre los arbustos y después de llamarla una y otra vez por casi media hora, se detuvo y se sentó debajo de un ciprés, volvió a marcar su teléfono, sin embargo no obtenía respuesta, entretanto, a lo lejos oyó una voz, tal vez era el canto del que hablaba Vanessa y pensó que quizás se fue en esa dirección, se levantó conteniendo la respiración para escuchar con mayor detenimiento el extraño canto. A paso lento caminó dejándose llevar por la casi silente voz, la negrura del parque aumentó en intensidad y ya le costaba distinguir entre las sombras de las hojas un camino, tentándolo la ceguera a perder la noción de su ubicación. La preocupación por encontrar a Vanessa finalmente hizo a Ernesto extraviarse entre los matorrales pululantes.
     Después de unos minutos logró encontrar el lugar del origen del sonido, de repente percibió detrás de un tronco caído una sombra, que al parecer lo vigilaba, Ernesto le habló pensando que se trataba de Vanessa:
     —Sal de ahí, ya es tarde, tenemos que regresar, se van a preocupar —Sin embargo, el espectro no se movió, así que decidió acercarse—. ¡Hey, sal, ya se acabó el juego! —La figura se levantó y caminó hacia Ernesto, al estar lo suficiente cerca, el muchacho descubrió a un niño de unos diez años—. Y tú, ¿quién eres? —le dijo al pequeño, así este le respondió:
     —Soy Estéfano, hermano de Vanessa —«No me mencionó que tuviera un hermano», el joven pensó intrigado.

(Fragmento)

Carlos E. Luján Andrade
(Lima)

CARLOS E. LUJÁN ANDRADE (Lima) Egresado de Derecho en la Universidad de Lima, con estudios de maestría en Sociología en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado el libro El Comedio del Breñal (2016), el poemario bifronte Soundtrack / Miles de Misiles (2011), El Ángel Cansado, aforismos y microrrelatos (2017). También ha publicado los poemarios digitales El Mundo Inventado, Clase de Anatomía y El Descenso de la Realidad (2012). Fue director y coordinador de las revistas de ideas Lanceros (2007) y El Círculo de Tiza (2002-2004). Participó en el libro de relatos Amor, horror y otros placeres narrativos (Editorial Poetas y Violetas, 2016). 

*Relato incluido en ¿Quiénes abren las puertas? Once relatos de ficción (Edit. Poetas y Violetas, 2018). El autor tiene dos relatos en este libro que reúne a varias voces narrativas. Más detalles del libro aquí. La obra la encuentras en estas librerías o con la editorial escribiendo a poetasyvioletas@gmail.com

Para leer más relatos del libro aquí.


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