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Mostrando las entradas etiquetadas como quiénes abren las puertas

El brillo de sus ojos - Rafael Ríos B.

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  EL BRILLO DE SUS OJOS Las estrellas se apagan ante la llegada de esos ojos, el hombre se mantiene en la oscuridad, ofuscado por la ausencia. El suave contacto de esos labios lo obligaba a convertir su palpitar en una melodía desenfrenada, inspirada por la fragancia de su presencia; sin embargo, su palpitar no está alterado. Esos ojos se empozan en los suyos, la humedad en ellos era muy similar a la humedad que tenía en aquellos días. Cuando el encuentro de sus miradas convertía noches como estas en días y el resplandor de esos ojos lo humedecía de alegría. Cuando la sinfonía de su corazón iba al mismo ritmo por el roce de sus voces. Roces tan simples como un «te amo» y un «yo también». Días como aquellos en que un abrazo como este que le da le generaba tranquilidad… amor. Días como aquellos ya no existen. Son un recuerdo de la felicidad que parecía tener.       —¿Te pasa algo? —dice ella preocupada… engañada.      Él no responde. No aprecia la l...

Cuando muestres tu rostro - Manuel Azpilcueta García

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Cuando muestres tu rostro     El llanto destrozaba el corazón de ambos.      Yolanda Balladares mordía el hombro de Juan Diego Espinoza para que nadie escuche su pena. La caricia suplicante del hombre intentaba terminar el momento. La sala de embarque estaba muy transitada y era momento de abordar.      —¡Tranquila, amor! —La calmaba abrazándola con fuerza—. Las lágrimas tienen sal, si lloras, me irá mal y tú no quieres eso, ¿no?       —No. Quiero que te quedes conmigo.      —Sabes que no puedo, ¡lo hablamos! Me duele el dejarte, no lo deseo, pero debe ser así.       Juan Diego intentaba ser fuerte para calmar a una mujer enamorada que pasaba por el momento más triste de su vida. Se quebró y lloró. Los circunstantes que vieron la escena se condolieron; algunos sugerían que le den un tranquilizante, otros que beba agua fría. Una anciana indicaba insistentemente que le froten el pabellón de la o...

Amor sin identidad - Salvador Briceño Lopez

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AMOR SIN IDENTIDAD 1      Las clases acabarán dentro de poco, y aún no soy capaz de decirle que me muero por ella desde que salió a exponer frente a toda la clase de tercero sobre los aparatos reproductivos. Lo recuerdo muy bien, se puso muy roja por momentos, a veces tartamudeaba, sus manos no paraban de jugar entre sí. También recuerdo que llevaba su cabello rígidamente peinado, su uniforme impecable. Tan solo bastó un cruce de miradas y unas sonrisas cómplices para que desde hace 2 años sea su incondicional, su amante en secreto, sin que ella lo sepa. Pero ya me cansé de esto, Gabriela sabrá lo que siento por ella sí o sí antes de los finales, para no desconcentrarnos, claro. Cerró el cuaderno.

El desdoblamiento - Carlos E. Luján Andrade

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EL DESDOBLAMIENTO      Junto a la pileta del parque central, Vanessa esperaba sentada sobre un banco a Ernesto, ya eran 10 pasadas las seis y se encontraba retrasado, ella se tocaba las piernas mientras las balanceaba de un lado para otro con ansiedad, volteaba su cabeza en direcciones opuestas una y otra vez, extraía de su bolso el teléfono celular cada cierto tiempo para contar los minutos atrasados mientras observaba las hojas de un ciprés cercano que se meneaban por el viento vespertino. Durante la espera, fijó su mirada en unos árboles e imaginó columnas interminables de altos troncos cubriendo con sus sombras frondosas la hierba del suelo, es así que al contemplar sus espacios imaginados perdía la noción del espacio y el tiempo. Vanessa exploraba cada trazo dejado por ese paisaje ficticio, el suelo alfombrado por hojas muertas y ramas quebradizas, siguiendo con su andar la caravana de hormigas que constantes andaban a resguardarse en su madriguer...

La mercancía - Angel Asto Sulca

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LA MERCANCÍA      La mesa de manteles de terciopelo tenía bordadas algunas flores de lirios y rosas. Dos tazas de café surcaban el extremo de la mesa. Solo había una figura trémula sentada en una de las sillas, se notaba impaciente, mirando la puerta por donde se colaba la lluvia desde la calle inundada de agua y barullo. Los huesos de la mano le crujieron con un sonido sordo que acalló la distancia arremolinándose entre el sudor provocada por los pasos de una mujer de semblante frágil que caminaba con un aire apaciguado delatando sus manos curtidas por el agua fría de la noche. La certidumbre cundió sobre el rubor de sus mejillas y supuso que aún quedaba tiempo suficiente para comer algo y sentir alivio en las tripas que ya habían empezado a crujir sin misericordia.

Escalera - Urpi Arcos Escalante

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ESCALERA      Vinieron de visita —una visita para quedarse—, ayer, jueves, cuando regresé del colegio. Como todos los días, esperé en el paradero de siempre con los treinta céntimos que guardaba secretamente del vuelto del pan con pollo en el bolsillo más pequeñito del pantalón. La 73 siempre viene llena: ¡escolares al fondo! ¡Párese pues, ya, ya avanza, dale el sitio! ¡Ese escolar, sácate esa mochila, avanza, avanza más al fondo!... todo  cotidiano, una tarde como cualquiera, las tres y treinta, bulla, el penal seguía viéndose tan grande como siempre.

Paranoia - Rafael Ríos B.

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PARANOIA      Su cuerpo, inmóvil. Gritos, llanto, muerte; no lo inquietan. Su mirada, fija en el cielo. Sus pupilas se llenan de color mientras que el cielo lo pierde. El celeste se torna gris, la tranquilidad en desesperación. Su corazón va al compás de su miedo. La bomba estalla. Un espectáculo de luces reduce lo que conocemos como vida.

Agente del tiempo - Salvador Briceño Lopez

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AGENTE DEL TIEMPO      Dentro del taxi, dio la dirección al conductor sin mirarlo siquiera y revisó por última vez sus papeles, quién era el paciente de quien se debía encargar. Al llegar al lugar, fue grande su sorpresa, no era lo que esperaba. Bajó del taxi y le pagó al chofer a través de la ventana del copiloto; antes de retirarse, el taxista repitió las palabras que aquel bosque le había lanzado: «Cumple con tu trabajo. ¡Apura!».

Vanessa Dávila - Luis Alberto Gutiérrez

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VANESSA DÁVILA          Vanessa era mi apoyo, sin ella no hubiera podido hacer nada de lo que hice. Fuimos enamorados desde los veinte años, novios desde hacía dos y estábamos próximos a casarnos. Habíamos planificado la boda para dentro de dos meses, meses que, claro, se pasaron volando.      —Emilio, amor, ¿vas a invitar a tus papis? —me dijo Vanessa, con un marcado gesto de cariño, con ojos de cristal; como si tuviera lástima al pronunciar la palabra «papis» una tarde en la sala de mi departamento en Tessena.

El hermano - Carlos E. Luján Andrade

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EL HERMANO      Después de pensarlo por largo tiempo he decidido expiar algunas culpas, entre ellas está el recuerdo de mi hermano Alcibíades. Siempre lo consideré un hermano mayor aunque no lo fuera exactamente, de su vida solo queda mi testimonio; los otros, sus amigos o mi familia, nunca llegaron a saber toda la verdad. Tal vez yo tampoco la sepa, simplemente su existencia fue una serie de eventos desafortunados ocurridos por un impulso de supervivencia. Puedo dar fe de ello. Alcibíades nació con una enfermedad congénita que la arrastró toda su vida, mi mamá no hablaba de eso, simplemente decía que era por sus nervios; yo estaba enterado de lo que le sucedía. Era una punzada fuerte en el estómago que le molestaba de vez en cuando, algo crónico, pero que él aprendió a tolerar.

Carmen camina en la noche - Freddy Amaya Barrientos

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CARMEN CAMINA EN LA NOCHE      A pesar del frío de la noche, Carmen Gonzales espera junto a una puerta de una casa de dos pisos que se alza a pocas cuadras del Mercado Rojo. En otro tiempo, la casa había tenido una fachada atractiva y limpia, rematada con un letrero luminoso que brillaba por las noches, pero ahora solo quedan las paredes recubiertas de un moho que despide un olor de humedad. La puerta de madera carcomida produce un sonido chirriante cuando algún visitante la abre y es necesario levantar con las manos el borde de la puerta porque el desnivel del piso entorpece el paso. Al cruzar esta puerta, hay un pasillo estrecho y mal iluminado que conduce a una escalera de peldaños malgastados que lleva al segundo piso. Allí espera un hombre en un reducido cubículo que tiene una ventanita a la altura del pecho y que apenas permite observar sus manos cuando cobra el dinero del ingreso.