La ciudad de los huesos - Rudy Quispe Arirama
La ciudad de los huesos
El gran maestro Ramuz es conocido como el maestro viajero. Gracias a él y sus aventuras es que tenemos noticia y conocimiento de lugares que no existían en algunos de nuestros mapas más completos. Su dedicación al descubrimiento de lugares distantes, las gentes que viven ahí y el estudio de flora, fauna y costumbres le valieron un puesto permanente en el Gran Consejo de Maestros de la ciudad Esmeralda. Su partida de esta vida dejó un vacío imposible de reemplazar, pero al mismo tiempo nos brindó tesoros impensados. Entre sus documentos privados hemos encontrado muchas de sus notas de viaje y apuntes que no habían visto la luz antes. Un arduo trabajo de recopilación, orden, clasificación y valoración de más de dos años me ha permitido completar un primer volumen de estas Historias perdidas del gran maestro Ramuz, recopiladas por el maestro Verlen.
Ante la curiosidad de muchos maestros de la Gran Biblioteca, transcribo una de estas historias y la presento aquí.
La ciudad de los huesos
Al oeste de las Llanuras de sal, y tras recorrer una meseta desprovista de vida, yo y Parrys finalmente alcanzamos la enigmática ciudad de los huesos. En esta ocasión nos acompañaba Hassi, un comerciante de telas que había escapado de su caravana por intentar acostarse con la mujer de un hombre muy peligroso. Huyó de una muerte casi segura a costa de perder toda su mercadería, y desde que lo encontramos, al borde de la muerte, no quiso separarse de nosotros. En esta ocasión no contábamos con un guía, por ello nuestro padecimiento fue muy grande, deambulamos muchos días sin comida y con escasa agua, pero una tarde soleada divisamos la señal de que estábamos en el camino correcto. Dos grandes monolitos con inscripciones rúnicas parecían guardar un sendero rocoso a través de una montaña, eran figuras espeluznantes que no voy a describir aquí, porque no tendría forma de hacerlo. Avanzamos por aquel camino pese a las advertencias de Hassi, ya que nos contó que había crecido en un pueblo muy religioso, y alguna de esas runas lo había puesto intranquilo hasta las lágrimas. Sea como fuere, Parrys, que iba adelante descubriendo el camino y previniendo cualquier accidente, nos llamó con cautela cuando avistó los primeros huesos de una criatura que parecía un ave enorme. Estaba suspendida en el aire a la salida de nuestro rocoso camino, y con la luz del sol a sus espaldas daba un aspecto monstruoso.
Descubrimos que en realidad era una figura armada. Estaba compuesto de huesos amarrados entre sí con cuerdas y tendones, además que gran parte de la figura estaba cubierta de plumas para magnificar las alas extendidas. Comprendimos que era un homenaje a una deidad, posiblemente un ave mítica de aquel pueblo, aunque en ese momento no lo supimos. Solo cuando Parrys nos detuvo pudimos ver que todos los huesos de aquella figura eran humanos.
Era una exageración llamarla ciudad, ciertamente sonaba mejor para las historias y los libros, pero a lo mucho era un pueblo grande, no tenía ni calles ni murallas. Las primeras casas con las que nos topamos eran tal como las había descrito el maestro Vakku en su Tradiciones extrañas de Harrat y Traoc. Eran de barro, pequeñas y redondas, casi enterradas en el suelo, sin duda para protegerse de los fuertes vientos que asolan dicha zona, una chimenea por la parte superior siempre humeante era la prueba de que las casas estaban habitadas, pues cuando llegamos solo encontramos viento y desolación. Lo característico eran los huesos, estaban por todos lados, por las escaleras por las que se descendía a las casas, los marcos de las puertas, las paredes exteriores, y múltiples cráneos, unos completos y otros partidos o rajados parecían guardianes silenciosos de aquellas moradas. Golpeamos un par de puertas y nos respondieron rostros hoscos y miradas frías, con quienes intercambié unas cuantas palabras. En la Biblioteca de la Ciudad Esmeralda había estudiado el traocsí, gracias a otro libro del maestro Vakku, pero el dialecto particular de este pueblo junto con el paso del tiempo y falta de práctica dificultaron mucho la comunicación. Después de una decena de intentos uno de los habitantes nos señaló una de las viviendas circulares más grandes, y por lo que pude entender era el gran chamán de allí.
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RUDY QUISPE ARIRAMA (Lima, 1987) Su gusto por las letras lo lleva a estudiar Historia en Universidad Federico Villarreal. Desde temprana edad escribe sus primeras historias que van desde la realidad a la fantasía. Ha participado en antologías de revistas virtuales. Actualmente prepara un libro de cuentos.
*Este relato está incluido en el libro 11 relatos sin final feliz (VV. AA.; Edit. Poetas y Violetas, 2020)
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