Desintoxicación - María Gabriela Flores Crovetto
Desintoxicación
I
Hace dos minutos que envié el mensaje. Decía: «Ya no quiero verte, me hago daño estando contigo». Hace dos minutos que me aguanto las ganas de llorar porque estoy en la combi regresando de hacer unas compras en Unión. Hace dos minutos que ya me estoy arrepintiendo de escribir eso, decirle que fue una broma, pero luego recuerdo que sería bajar mi orgullo. Hace dos minutos que estoy en la combi y ya lo extraño.
II
Estoy en mi cuarto, echada sobre el desorden llamado cama: mis libros sin leer, mi ropa tirada y mi brasier colgado en el cabezal de la cama. Vuelvo a leer el mensaje y boto las lágrimas reprimidas, grito para mis adentros y las seco. Es una estupidez llorar por alguien con quien solo tuve sexo, pero en el fondo sabía que ese alguien no era un tipo cualquiera; era mi ex. Entre los pecados —por así llamarlo— imperdonables está tirar con el ex. Caí en la tentación, me gustaban sus labios y sus ojos. Era de esas relaciones trampolín (o sea, ida y vuelta), de los que dejas tu dignidad para correr a sus brazos, cometer el error de casarte y tener hijos. Agarro el celular, entro a Whatsapp y veo que me dejó en visto. Salgo de mi cuarto y enciendo la tele para librarme de mis pensamientos.
III
Inicié la terapia en agosto, ella es buena persona y a la primera conectamos, tendría unos cincuenta y tantos y su sonrisa, a pesar de tener otra mentalidad, me calmaba. En la primera sesión me percataba que algo andaba mal conmigo y mi cercanía con él. Dentro de mí ya tenía la idea de terminar los encuentros; eran pasajeros así que no le tomé la importancia debida. Los días pasaron y me sentía harta de esta situación. En aquel Día D, horas antes, conversé con un amigo no tan cercano, sin querer me abrí y vomité toda la frustración guardada en tres años; eso detonó mi decisión y lo demás ya se sabe cómo terminó.
IV
Hasta la fecha, cuatro amigos saben del alejamiento. En todos, el patrón conductual es lo mismo: lágrimas, frustración, resentimiento e indecisión. Stefano, Aoi, Lu y Rosella fueron los desafortunados en leer u oír mi drama sinsentido.
Stefano es mi mejor amigo de la universidad desde cachimbos. Mi confesor de cochinadas y buen consejero. La última vez que lo vi fue a finales de agosto, conversamos y boté todo lo reprimido en los últimos meses. A diferencia de las épocas universitarias, siento que ha madurado aunque sigue teniendo esa manía histriónica cuando le contaba mis pericias y con ello me hacía reír. Le conté de mi decisión y, a su manera, me apoya. Lo mismo puedo decir de Aoi, mi mejor amiga también de la universidad, fue por un altercado con ella que decidí ir a terapia. Todo este año he sido una maldita que la sola idea de perder su amistad me aterra. Aoi tiene sus momentos de espíritu libre y otros de puritana. Sus encuentros casuales y cómo la droga ayudaba a rendir más me llamaba la atención, me sentía su alumna y ella, mi maestra. Cuando le mostré lo que escribí también me dio su apoyo. Stefano es un buen amigo y da buenos consejos pero Aoi es más sensata; y la verdad haría caso a los consejos de la última. A Lu la conocí hace años, al igual que yo va a terapia. Me volvió a hablar para pedir ayuda de algo privado y desde ese día a veces conversamos. Ella, al igual que Aoi, es sensata a la hora de aconsejar a alguien. Lu es más directa y me dejó pensando en que en realidad sí sentía algo por el tipo. Sus consejos me sirvieron de mucho. Y, finalmente, también importante, Rosella. Ella me oyó llorar a mares por él, me escuchó y me aconsejó; es de esas amigas que, con una taza de café caliente y un pan con pollo en un restaurante, alejada de la clientela, puedo contarle mis problemas con tranquilidad y ella diría palabras dulces para calmarme. Los cuatro —en situaciones diferentes— concuerdan en que haber terminado esta ¿relación? ha sido la mejor decisión.
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MARÍA GABRIELA FLORES CROVETTO (Callao, 1994) Bachiller de la carrera de Literatura de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Hasta la fecha ha colaborado con escritos en dos revistas virtuales: “El Narratorio” (Junio, 2018) e “Ibídem” (Diciembre, 2018).
*Este relato está incluido en el libro 11 relatos sin final feliz (VV. AA.; Edit. Poetas y Violetas, 2020)
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