El piso 3 - Juan Carlos P. Melgar
EL PISO 3
Era la cuarta semana en ese trabajo para Mario, una oficina con un ambiente agradable. Sus compañeros eran muy atentos, amables y bromistas aunque todos trabajaban en cubículos cerrados, así que bromear era un tanto difícil, pero cuando lo hacían era una pequeña fiesta en medio del estrés de los papeleos. El puesto en donde él estaba trabajando había estado disponible por casi medio año, así que recién estaba en proceso de adaptación.
Mario era un sujeto de treinta años, un tanto regordete debido a su dieta rica en grasas trans y colesterol (porque si uno va a morir, entonces ¿por qué no disfrutar de las delicias que las hamburguesas, las parrillas y las pizzas nos ofrecían?), y con su barba a medio afeitar. Era un fanático de la tecnología y, aunque era escéptico para ciertas creencias, respetaba las creencias de algunas personas.
Siempre iba a la oficina con una mochila, en donde traía otra muda de ropa, según él, porque odiaba tener que seguir vestido con traje de oficinista después del trabajo, así que se cambiaba y luego salía del edificio, mucho más relajado.
Un día, mientras estaba revisando unas hojas de cálculo, un correo electrónico llegó a su bandeja.
«¿Y qué tal el trabajo?»
«¿Quién eres?»
«Yo trabajaba en tu posición»
Mario estaba iniciando una conversación por correo electrónico con alguien al que no conocía.
El remitente del correo era desconocido, pero mencionaba que había trabajado en su posición.
«Bien. ¿Qué tal si jugamos un juego?» Le escribió tratando de que caiga en una pequeña trampa que estaba elaborando para desenmascararlo.
«Perfecto, me encantan los juegos.»
«Ok. Si dices que has trabajado aquí, en este sitio, ¿cuál es nuestro horario de almuerzo?»
«De 12:30 hasta las 14:00, son la única área que tiene una hora y media de almuerzo, son afortunados.»
Era cierto, ellos tenían ese horario pero nadie en la compañía lo sabía, solo ese grupo, su nuevo grupo.
«Bien, es tu turno.»
«Ok.» El misterioso remitente estaba escribiendo su pregunta. «Te asignaron la cochera número 35, y tu auto está recién lavado.»
«Sí. ¿Cómo sabes eso?»
«A mí nunca me dieron estacionamiento, miserables tacaños… En fin, tu turno.»
«Ok. ¿Por qué renunciaste?»
«No renuncié, me obligaron forzosamente a dejar el trabajo.»
«¿Forzosamente?» Escribió con duda. «Pero eso no se puede hacer, es un abuso.»
«Sí, parecen buenas personas pero, realmente, no lo son.» Escribió el desconocido.
En lo personal, a Mario no le gustaba cuando hablaban mal de otras personas, sobretodo sin tener pruebas.
«¿Por qué lo dices? ¿Tienes pruebas de que sean malas personas?»
Su respuesta demoró un par de minutos en llegar a su bandeja de correo electrónico.
«Sí, las tengo. Ve al disco C de tu ordenador, y busca la carpeta que tenga el nombre PRUEBAS, está dentro de una carpeta con nombre ARCHIVO DE PROGRAMA (X86).»
—¿Pruebas? —pensó —. ¿Guardó pruebas del abuso?
Siguió las instrucciones del misterioso mensajero electrónico, ingresó al disco C de su ordenador, se dirigió a la carpeta ARCHIVO DE PROGRAMA (X86), dentro había varias carpetas con mucha información, instaladores de programas, extensiones de aplicativos, etc.
Mientras seguía bajando y leyendo uno a uno los nombres de las carpetas, llegó hacia la carpeta objetivo: PRUEBAS.
Abrió dicho portafolio y encontró varios documentos, fotos y videos.
«Abriste la carpeta. ¿Qué observas?»
El correo le llegó inmediatamente después de ver el contenido de dicha carpeta.
«Hay documentos, fotos y videos…»
«Bien, abre un archivo que dice “Sala 901” y lee detenidamente lo que dice…»
Mario abrió el archivo. Era un correo electrónico que había sido archivado en dicha carpeta. La fecha era de siete meses atrás, en donde un par de sus colegas de oficina conversaban sobre un tema un tanto espeluznante:
«—¿Viste las noticias? Estamos jodidos.»
«—Tranquilo, no va a pasar nada. No hay cámaras en esa zona, nadie vio lo que pasó.»
«—Pero ya encontraron el cuerpo, vino la policía con peritos y todo ese maldito espectáculo que suelen hacer…»
«—¡Cálmate, maldición!»
El correo era de Augusto y José, dos personas que trabajaban en el área de contabilidad.
Rápidamente empezó a escribir un correo a quien le había indicado que leyera esas incriminatorias palabras.
«¿Augusto y José mataron a alguien?» Continuó Mario. «Eso parece imposible, ellos son muy amables, bastante tranquilos y hasta un poco ñoños… ¿Por qué harían tal cosa?»
«Ellos no mataron a nadie, solo encontraron un cuerpo, nada más.» Contestó el interlocutor. «Si quieres saber quién tiene sangre en sus manos revisa el archivo de audio que dice “CONVERSACIÓN 2” pero ponte audífonos, una de las involucradas en el audio se sienta a tu lado.»
El asustado y regordete oficinista se levantó de su asiento lentamente y miró hacia su lado derecho, ahí estaba Luz, una joven chica muy apegada a su fe cristiana que era bastante noble y un tanto callada, no se juntaba mucho con el grupo, es más, parecía que todo el mundo la ignoraba aunque a ella no le importaba mucho eso. Luz fue la primera persona que Mario vio al ingresar a la empresa y él era la única persona que le decía buenos días, a lo cual ella muy amable le contestaba el saludo, sin embargo, no solían intercambiar muchas palabras. A simple vista era un chica inofensiva, entonces, ¿cómo alguien como ella podría estar involucrada en un asesinato?
Luz le miró y sonrió, él le devolvió la sonrisa.
(Fragmento)
Juan Carlos P. Melgar
(Ica)
(Ica)
JUAN CARLOS P. MELGAR Nació en Ica, pero vivió en Lima casi toda su vida. Es Economista, Bloguero, Amante de la noche y las aventuras. Actualmente vive en Brisbane, Australia.
*Relato incluido en Atmósfera sombría (Edit. Poetas y Violetas, 2017). El autor tiene cinco relatos en este libro que incluye a cuatro narradores. Más info del libro aquí. La obra la encuentras con la editorial escribiendo a poetasyvioletas@gmail.com
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