Los fantasmas de El Frontón - Julio Goicochea Zamora


LOS FANTASMAS DE EL FRONTÓN

     Mi guardia empezó a las 0:00 horas en el torreón número dos cerca del muelle. Bajo la oscuridad y el frío que me pegaba en el rostro, encendí un cigarro y empecé a fumar. Cuando estaba dando la tercera pitada escuché un grito, me puse de pie y miré alrededor del torreón. Cuando exhalaba el humo, vi pasar por el aire algo que se perdió cerca del muelle. Rastrillé rápidamente mi fusil y me preparé para disparar. Después de unos minutos, de la misma forma, lo que vi atravesó el muelle y se perdió tras una colina a una distancia cercana del torreón número siete. En ese momento cogí la radio y le pregunté al centinela si había visto algo sospechoso cerca de su torreón, su respuesta fue: «todo sin novedad». Quise escribir lo sucedido en mi bitácora, pero no supe cómo detallarlo. Pensé: «Quien me releva se reiría si escribo: a las cero horas con treinta minutos, algo sospechoso pasó sobre el torreón generando miedo».
     Tres noches después, me tocó hacer guardia en el torreón número siete. Esa noche, a pesar de estar atento, pensando que eso que vi podría sorprenderme, no pasó nada. Al día siguiente al amanecer, cuando bajé del torreón, entre esas piedras lavadas por el mar, pude ver gotas de sangre. «¿Qué pasó acá? ¿Por qué esta sangre?», me pregunté. Miré alrededor, no había ningún animal muerto. Sin darle más importancia me apresuré para no llegar tarde a la formación de honores. Por el camino iba pensando: «Qué raro, primero fue un grito, y ahora sangre». Esa misma mañana después de la formación, me acerqué al técnico instructor, me cuadré, lo saludé y le dije:
     —¡Tengo una novedad, técnico! Noches atrás, cuando estaba de guardia en el torreón número dos oí un aterrador grito, algo extraño voló sobre el torreón y se perdió más allá. Y hoy, al bajar del torreón número siete, encontré sangre.
     —¿Cómo fue lo que vio? ¡Describa!
     —Como… como… —no supe qué decir— como un alcatraz, técnico, solo que tres veces más grande.
     —¿Usted me ha visto la cara de cojudo, grumete?
     —¡Negativo, técnico! Pero es cierto lo que estoy diciendo.
     —¿Usted cree que los chanchos vuelan?
     —¡Negativo, técnico!
     —¡Entonces pues, carajo! ¿Por qué quiere agarrarme de cojudo?
     —[…]
     —¡Retírese!
     En ese momento, di media vuelta y me retiré a paso ligero. Todos los días, como rutina, la orden del técnico instructor era: salir a las cinco de la mañana, correr diez kilómetros, dar tres vueltas a la pista de combate, hacer ejercicios y llegar a tiempo para ducharnos y formar para izar el pabellón. Pero esa mañana la orden fue: dar una vuelta a la isla y llegar a tiempo para la formación. Entonces, trotando a un solo ritmo por la orilla del mar, todos cantábamos: ¡Un infante de marina, no se cansa ni descansa!
     —¡Uno, dos!
     —¡Tres, cuatro!
     —¡Cuatro, tres!
     —¡Dos, uno!
     Todo el batallón cantaba a coro seguido por el instructor que iba por ratos atrás y por ratos adelante. Una vez que llegamos a la parte llana de una colina, el instructor mandó un alto y después de una rápida alineada y un golpe seco de talones, mandó: ¡Pa’ planchas un dos! Al instante cumplimos la orden. Al escuchar: ¡Quinientas…! Empezamos rápidamente. Mientras hacíamos las planchas, el instructor avanzó por entre el batallón y, cuando estaba a punto de salir, sintió un golpe en su espalda. Alargó sus pasos para salir de filas y volteó queriendo ver quién era el grumete que se atrasó.
     —¡Ahora le enseñaré a joder, carajo! —dijo, pensando castigarlo con ejercicios. Cuando miró en dirección al mar, le cayó una piedra en la sien y al instante se derribó sin poder siquiera gritar.
     Al terminar de hacer los ejercicios permanecimos en esa posición por varios minutos, y al no oír ninguna orden, un grumete de la última fila levantó la mirada y vio al instructor tendido en el suelo; un hilo de sangre corría por su mejilla hasta perderse por su cuello y su polo color verde. El batallón rápidamente se puso de pie, cuatro grumetes, a paso ligero, llevaron al instructor a la base pensando salvarle la vida. En enfermería, sin preguntar qué sucedió, lo intervinieron rápidamente llegando a la conclusión que sus signos vitales no respondían y poco a poco se estaba enfriando.

(Fragmento)

Julio Goicochea Zamora
(Cajamarca)

JULIO GOICOCHEAZ ZAMORA Nació en Celendín (Cajamarca). Pasa sus días entre libros, escribiendo y desarrollando software. Su pasión por la lectura y deseos de narrar historias fue quizá el motivo detonante para tomar diversos talleres literarios con reconocidos maestros. Uno de sus relatos y poemas formó parte de la antología Amor, horror y otros placeres narrativos y la antología Amor, horror y otros placeres poéticos (Editorial Poetas y Violetas). 

*Relato incluido en Atmósfera sombría (Edit. Poetas y Violetas, 2017). El autor tiene dos relatos en este libro de cuatro narradores. Más info del libro aquí. La obra la encuentras con la editorial escribiendo a poetasyvioletas@gmail.com

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